Arturo Larrabure sobre
VESTIGIOS (Piedra angular de un desayuno nutritivo). (Octubre 2015)
“Hasta
el más valiente de nosotros
Pocas
veces tiene el valor
Para enfrentarse
Con
lo que realmente sabe”
F.Nietzsche
Dos
hombres encerrados en una habitación. Espíritus rebeldes en algún tiempo, se
debaten entre la verdad y la mentira. Una verdad que inventan a cada momento.
Un deseo revolucionario que reprimen y se vuelve contra ellos. Entonces llega
el lenguaje, para anestesiarlo todo. Ahí, donde las excusas abundan y la acción
nunca llega, justo ahí es donde el lenguaje se encarga de llenar esos espacios
vacíos entre los deseos y las palabras. La incompatibilidad entre lo dicho y lo
real se hace cada vez más evidente.
Tenemos
mucho miedo a ser libres, tenemos mucha vergüenza de actuar lo que pensamos.
Vamos acumulando rabia por sabernos autómatas, y aún así, seguir siéndolo. Y
nuestro deseo, ¿Donde quedó nuestro deseo? ¿Con que palos habrá tropezado para
descomponerse de tal forma? Llegamos a burocratizar hasta la rebeldía, a
masturbar nuestras mentes por no poder poner el cuerpo a nuestros anhelos.
Nuestra voluntad empequeñece y nos arrugamos, y esas arrugas, también nos sirven
de excusa. Al final de la historia, esas verdades que creímos disimular reviven
y terminan castigándonos. El eterno retorno.
“La
revolución no está de moda” y lo que hoy vende es la remera del Ché. Si hasta
Jesucristo es un fenómeno estético y nosotros mismos miramos nuestras formas
más que nuestras acciones. Son tiempos tibios en esta parte del mundo. Gritamos
gol con la euforia que deberíamos gritar BASTA para que frenen las guerras y el
hambre. Nosotros mismos somos la tristeza. El tiempo nunca se puso triste, el
tiempo, no es más que tiempo. A nosotros nos apagaron como a una televisión.
Nos pusieron una papa en la boca y un masajeador en el culo. Y nosotros dijimos
que sí. Compramos una personalidad mirando un cartel. Nos cogimos con la
imaginación a los carteles de la publicidad. Seguro, en algún momento, nos
olvidamos quienes somos. Y aunque queramos olvidarnos de nuestra complicidad,
en algún momento, habremos escondido nuestros deseos en esta nube de pedos en
la que vivimos. Y seguro, lo más seguro de todo, es que encontramos la
justificación en algo o en alguien, que nos liberó de la culpa. Matamos al
chivo y nos expiamos una vez más.
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