Matías Timpani sobre “CALÍGULA. Revolución en el mercado místico”. Para el portal web “Critic Under” (Setiembre 2011)
Poco o mucho se conoce de la vida de este emperador romano, venerado por algunos pocos, y odiado por tantos otros. Quizá su desenfrenada manera de llevar a cabo sus goces se de por las diferencias entre “goce” y “placer”: el exceso que los psicólogos adjudican al primero de los términos. Sí, quizá su desmesura desde el goce, registrable ya en una insaciable sexualidad, sea lo que mejor defina al Cayo César.
Más que su enfermedad, que hiciera estragos en el reino por el modo de administrar la ciudad, lo notable, es que sus reformas urbanísticas y públicas pese a cualquier avance o derroche, terminaron por vaciar los tesoros de Roma. Y los senadores conspiraron contra él, ya acorralado no tanto por sus promiscuidades con hombres y mujeres, ni por las orgías, porque ambas cosas casi eran costumbres de las clases más cultas de la vida clásica. Lo que se tornaría imperdonable, es el incesto con sus hermanas. Todas estas actitudes pintan a un personaje siniestro, desbordado. Sin embargo, Emiliano Montes le agrega un filtro más interesante a su Calígula: si bien sobrecargado y excedido, desnudo, demente o perverso. La más de las veces violento más verbal que físicamente, este sujeto vive en el seno del Capitalismo, detesta la burguesía y el estilo de vida que esta supone. Su visión intenta ser comunista, pero lo novedoso de Montes, y quizá por establecer intertextualidad con ciertas posturas de A. Camus, que aportan el elemento absurdista, es que en este Calígula lo “loco” no parece tal, uno sospecha que alguna experimentación interna, o existencial, sobre preceptos pensados a priori respecto de la especie humana, mueven las decisiones de este dictador.
Así, la obra escrita, dirigida y actuada por Montes (y elenco) más allá de volverse osada y quizá desagradable para un tipo particular de espectador, podría pensarse como una prueba antropológica. Con elementos que recuerdan al Teatro de la Muerte, maquinarias y recursos del Teatro callejero, sumados a una actuación notablemente deudora de la escuela de Briski, sobre todo en el protagonista, ensamblan muy bien los relatos de metateatralidad y de fuerte impronta política, y del mismo modo, se intrincan los elementos expresionistas. Un espectador que asume riesgos, no la puede dejar de ver.
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