(Noviembre 2011)
“Cuando
estoy en escena realmente quiero morir”
El actor formado en la escuela de Norman
Briski, nos enfrenta e interpela desde la escena tomando el rol de Calígula,
con una adaptación propia desde la dramaturgia y la dirección. “Calígula.
Revolución en el mercado místico”, apunta a la hipocresía de las clases
sociales que históricamente no se han querido hacer cargo de los líderes que
han elegido, un mal endémico que
atraviesa desde el Imperio Romano hasta los sistemas capitalistas de hoy.
Con apenas 24 años, Emiliano Montes
decidió involucrarse con un personaje o rol
muy polémico y difícil de transitar, nada menos que con el emperador
romano Calígula, con una interpretación potente y perturbadora. El desafío que
implica meterse con figuras históricas que están instaladas en un determinado
imaginario colectivo es intrincado, pero Montes logra formular una tesis lucida
y bien documentada desde la dramaturga. No se sale igual de la sala del teatro
Caliban después de presenciar esta obra.
Charly
Zárate: ¿Qué te propusiste indagar con "Calígula"?
Emiliano
Montes: Primero la complejidad humana y los vínculos que tienen que ver con las
relaciones del poder, y a partir de allí tomo a Calígula como personaje
histórico para hablar de esto. Él causa mucha ambigüedad, ya que los
historiadores de la época lo descalificaron totalmente y lo trataron como un
loco, pero no hablaron de que él como emperador los sacó de su lugar de
aristocracia, tanto de artes como de pensadores. Toda la historia que nos llega
de él es desde una subjetividad de que estas personas que escriben fueron
desterradas de la clase privilegiada de Roma. Esto me parece muy interesante ya
que a nivel social la
Argentina está pasando algo de eso que tiene que ver con los
medios, especialmente con el gobierno que en su momento estaba con Clarín y
ahora este multimedio a sentirse sacado de ese lugar de privilegio ataca al
gobierno. Eso me dio la clave de que este rol tiene mucha actualidad, no como
para decir que este gobierno sea caligulense pero tiene muchos aspectos de
Calígula así como también todos los que se encuentran en el sistema
capitalista.
CZ: ¿Cuáles?
EM:
El totalitarismo, la persecución ideológica, la formación de subjetividad que
especialmente hacia los jóvenes con un doble discurso en el que dicen apoyar su
pensamiento ideológico pero también esconden que lo que más le conviene a este
gobierno es que los jóvenes sean portadores de su pensamiento hegemónico.
Entonces hay una crítica al pensamiento hegemónico de los grupos monopólicos, o
al menos de uno porque hay otros que no se están atacando como Telefónica, las
mineras, las grandes sojeras y demás, pero ellos también son la otra cara de la
misma moneda.
CZ: En la obra hay mucha denuncia. ¿Cuál
sería la más relevante?
EM:
La gran denuncia de la obra tiene que ver con la complicidad civil, porque en
estos tiempos de hacer memoria, casi nadie está hablando de la complicidad
civil que hemos tenido nosotros como ciudadanos dentro de los gobiernos que
hemos tenido, porque a Macri lo voto mucha gente y hay que ver quien se hace
cargo de eso, con Menem y De la
Rúa pasó exactamente lo mismo. Y hay toda una sociedad que es
la de la dictadura militar, que está claro que fue apoyada por gran parte de la
clase media y alta, quienes fueron a la Plaza de Mayo a aplaudir el envío de chicos a la
guerra y después se están quejando de los muertos. Entonces, estamos condenando
a aquellos que han formado la figura que nosotros elegimos; luego lo tratamos
como loco o dictador pero no hay una reflexión más profunda acerca de quiénes
formamos a ese individuo, cuál es el producto social de ese individuo y cuáles
son nuestras responsabilidades, porque en realidad no hay individuo sino que
somos todos. Algo similar paso con Calígula.
CZ: ¿Cuánto desechaste de la figura
histórica del emperador para construir la dramaturgia?
EM:
Deseche mucho de las opiniones de filósofos como Séneca, que estaba totalmente
en desacuerdo con su gobierno mucho de eso se cuenta en su libro "La
ira". Sobre lo legitimado en su momento histórico y sobre sus
contemporáneos tome poco para la obra. Preferí ir a investigaciones más
recientes como la de Camus, especialmente en la posguerra del '45, y también de
estudios que se han hecho donde le sacan el calificativo de "loco" y
se adentran en un análisis más profundo que se focaliza en las medidas y los
cambios radicales de su gobierno. Es decir, que me volqué a un recorte
investigativo con una línea marcada más en la profundidad reflexiva de Calígula
como política y descartar el lado frívolo y chismoso que es el más
descalificativo.
CZ: Pero hay un imaginario colectivo
acerca de Calígula que es muy potente…
EM:
El imaginario común es la caricatura, que es la que nos conviene hacernos.
Calígula el dictador sanguinario, obsesivo y promiscuo, por nombrar algunos de
sus calificativos. Siendo que Calígula fue el único emperador romano que no
hizo guerras, el que tiene menos muertes en su haber, el menos promiscuo, ya
que en realidad fue el anterior a él, su tío Tiberio que fue el gran emperador
de las orgías. Eso no se cuenta, porque sería acercarnos a Calígula y
reconocerlo como un par. Esa subjetividad de él invade la nuestra y nos hace
reflexionar. Lo más fácil es decir "nosotros somos culpables", por
eso en la obra también está la crítica a la religión. Pero decir
"culpables" nos saca del lugar de reflexionar sobre "qué es el
otro", y ver que hago con este que tengo, con esta complicación para accionar.
CZ: ¿Calificar de loco a ese otro nos
exime de nuestra responsabilidad civil?
EM:
En muchos casos es así. A Hitler, Stalin, Alejandro Magno, se lo han calificado
como locos. A todas esas personas que han originado un gran quiebre temporal en
la historia y han producido consonancias que a la humanidad le son incomodas de
aceptar, buscan la forma más fácil de excluirlos. Si los alemanes hubieran dicho que
"nosotros apoyamos a Hitler" quizás hubieran pasado cosas más
interesantes, porque él no tenía ninguna posibilidad de llegar al poder porque
no tenía los medios económicos, pero hubo una sociedad, un poder económico y
una opinión pública que lo apoyo. Entonces, todo eso se construye pero el lugar
más fácil es decir "yo no soy pecador".
CZ: ¿Qué diferencias podrías remarcar
entre el Calígula emperador y el Calígula presidente de tu adaptación?
EM:
Para mí el imperio sigue existiendo así que no se me complicó demasiado. El
sistema capitalista es prácticamente imperial.
CZ: ¿Pero vos te querías focalizar en un
contexto sociopolítico argentino?
EM:
No, me lo planteé más general, en cierta medida atemporal. Además, si lo
hubiera contextualizado en la
Argentina , hubiera causado una familiaridad de tal forma que
podría ser una crítica solamente a este sistema y en realidad es más universal
la denuncia. Cuando estudio el sistema romano del imperio y el del capitalismo
me encuentro con que son muy parecidos, aunque es más complejo el capitalismo.
Entonces, ahí viene la invención dramática de agregarle mayor complejidad a lo
que es el sistema actual, pero esa complejidad sigue respondiendo a los
intereses de los más poderosos. Con lo cual se traza un paralelismo histórico,
por eso planteo la atemporalidad en la obra. Y elijo el sistema capitalista y
democrático porque produce una mayor resonancia en el espectador, ya que si lo
hubiera planteado como Imperio Romano seguro que la mayoría lo colocaría en un
lugar pasivo y dirían “esto paso en Roma y no pasa acá hoy”. Error, esto pasa
aquí y ahora.
CZ: ¿Cómo te documentaste?
EM:
Empecé investigando las obras de Camus y del existencialismo, pero luego me doy
cuenta de lo hemos avanzado con los aportes de otros pensadores como Giles
Deleuze, y también me base en Nietzsche (“El anticristo” Y “Humano, demasiado
humano”), en Antoine Artaud (“El teatro
y su doble”), en Michael Foucault (“Las palabras y las cosas”). Tome como
referente mucho de Artaud tanto como pensamiento del rol, especialmente desde
el suicida; como ejercicios y estéticas dramáticas.
CZ: Como buen discípulo de Norman Briski
denominas rol y no personaje a la representación del actor en escena...
EM:
Claro, porque el personaje tiene que ver con estereotipos. En cambio el rol soy
yo, en este caso Emiliano-Calígula. Conseguir la otra individuación que sigue
siendo uno, aquellos aspectos que nosotros tenemos y trabajamos en los actores.
Descubrir, mediante las improvisaciones, qué aspectos análogos tenemos con los
roles; y reconocernos todos como dictadores, asesinos o bufones. Es decir,
reconocernos sin juzgarnos, nos acerca a la lógica de los roles.
CZ: ¿De qué manera articulaste a los
demás roles que acompañan a Calígula?
EM:
Al rol de Gala (Andrés Martínez) le planteo el cuerpo ideológico de Camus, su
alter ego y la contracara de Calígula. Tanto Cesonia (Soledad Leone), Quereas
(Walter Ego) y Calígula son personajes históricos. Después esta Léntulo
(Gaucho), el secretario presidencial que es una invención mía que tiene que ver
con todo el aparataje estatal, y más sometido todavía el rol de la empleada
pública (Magalí Luraschi) que está ahí atrás como una espectadora pero que no
está tomando cuerpo de nada, estos dos últimos roles tienen que ver con
aquellos a los cueles le interesa cobrar el sueldo y no meterse en
complicaciones.
CZ: Hiciste un entrecruce para construir
tu dramaturgia, ¿Por qué elegiste adaptar directamente la obra de Camus?
EM:
Si bien me inspiro en él y produzco cierta intertextualidad con sus ideas
existencialistas, no tomo su obra porque me parece que es muy discursiva y está
planteada como una exposición de sus ideas filosóficas. No creo en el teatro
expositivo ni discursivo, pero lo tomo como disparador.
CZ: ¿Por qué no te interesa el teatro
discursivo?
EM:
Porque me parece que está planteado como una cuestión noticiaría, que al no
haber una sensación o vivencia de lo que se está diciendo, creo que ese arte no
está produciendo nada. Para mi si no hay riesgo de muerte en lo que se hace
como artista y eliminamos esa barrera entre la ficción y la realidad no es
arte. Obviamente que esto no es algo que invento yo, sino que lo han dicho,
Jezzy Grotowski, Antoine Artaud y hasta el mismo Nietzsche. Estamos empecinados
en llevar el formato televisivo y posmoderno al teatro y esto lo está matando.
Hay eructos, en lo que sería el teatro alternativo, pero mientras sigamos
preocupándonos por no tener riesgos y estar en nuestras casas con nuestra
seguridad o en nuestros camarines con nuestros aires acondicionados, creo que
no podemos transmitir una verdadera sensación de una inquietud genuina.
CZ: ¿Y cómo se logra?
EM:
Hay que desnudar de forma verdadera la vivencia. Cuando estoy en escena
realmente quiero morir y si no quisiera morir, no haría la obra. Y quiero que
el espectador realmente se muera y cuando digo que lo voy a matar, quiero matarlo.
Entonces, es un tipo de teatro que a la mayoría le preocupa porque no convoca a
mucha gente o porque no es cómodo, pero bueno, por estar cómodos así estamos.
CZ: A propósito de ello, ¿cómo trabajaste
la complejidad del rol para vivenciar la desnudez en escena?
EM:
Mucho ejercicio corporal, tome técnicas de Grotowski que tienen que ver con el
despojo. Porque ponerse en bolas es muy fácil, el tema es que eso no se
trasforme como narcisismo o exhibicionismo barato.
CZ: ¿Cómo se dio la génesis de este proyecto?
EM: A
los 17 años cuando aún vivía en San Luis y andaba con algunas crisis lógicas de
adolescencia, quede muy impactado con la obra de Camus y los cuestionamientos
que se hacia el rol, esto me llevo a una gran identificación. Ahí reflexionaba
“este que califican de loco, critica los valores patrióticos y religiosos como
los critico yo”, entonces me decía “este de loco no tiene nada”. Otra
identificación con el rol se dio con los gobiernos de los Rodríguez Saa a
quienes padecí. Entonces empecé a vislumbrar que la obra cobraba no solo
lucidez sino también muchísima actualidad. Ahí ya Calígula se me metió en algún
lugar del cuerpo. Cuando estaba en el marco del seminario de Norman Briski,
buscando que escena realizar volví a Calígula con las ganas de cambiar el mundo
con ella, porque si hago una obra que no me sea reproductora directamente ni lo
intento.
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